La Revolución Industrial introdujo la idea de que el hombre podría liberarse, a través de la tecnología, de las limitaciones impuestas por la naturaleza, de las penalidades del mundo físico. En términos urbanísticos y arquitectónicos esto supuso que las ciudades perdieran su tradicional equilibrio e integración con el entorno –abasteciéndose de recursos y desplazando sus vertidos a otros territorios, todo ello posibilitado por el desarrollo de nuevos medios de transporte y almacenamiento de materiales y energía- y que los edificios se encerrasen en sí mismos buscando el acondicionamiento climático perfecto ofrecido por la tecnología, para superar definitivamente las inclemencias climatológicas, la adversidad del medio exterior. Para ello, los edificios se volvieron máquinas herméticas y aisladas de un medio externo que se entendía sistemáticamente como hostil, y se centraron en la creación de un clima interior regulado artificialmente, lo cual sólo fue posible a costa de un elevado consumo energético.
Porque si volvemos la vista atrás, a la historia de la arquitectura previa a la Revolución Industrial y a la arquitectura popular tradicional, encontraremos numerosos ejemplos en los que la sostenibilidad está presente, ya que la integración en el medio y el consumo eficiente de materiales y energía eran entonces cuestiones ineludibles ligadas a la mera supervivencia humana.
La sostenibilidad – o el camino hacia ella- será un imperativo del siglo XXI. En un planeta que, desde el punto de vista físico, es un "sistema cerrado" en términos de recursos materiales y que sólo puede considerarse como un "sistema abierto" en términos energéticos, gracias al aporte de la energía procedente del sol, resulta ineludible abordar la finitud de los recursos materiales y energéticos, reconduciendo los procesos humanos hacia las fuentes renovables y el consumo material mínimo.
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